Lo que se desconoce del educador de aula
!/media/import/2015/3Marzo/fts/rosa.jpg!“Un pueblo ignorante es más fácil de dominar”. ¿Por qué inicio el artículo con esta frase? Porque el educador no escapa a las consecuencias nefastas del modelo economicista que vivimos. Los que ostentan el poder económico y político tratan la educación como un modelo empresarial, donde hay que formar máquinas que respondan a este sistema, donde el educador es un simple empleado que vende al “cliente” (estudiante) lo que al empresario le convenga.
No existe un proyecto de educación sostenible en el tiempo y que beneficie al estudiante, al educador y al desarrollo del país; lo que existen son ocurrencias de cada gobierno de turno.
Esas ocurrencias y las graves deficiencias de gestión de las autoridades educativas le cuestan caro al educador, quien queda casi en estado de indefensión y se ve obligado a luchar contra ese sistema dominador.
Veamos algunos ejemplos de la realidad que vivimos los docentes en los centros educativos, principalmente los que están ubicados en áreas de bajo o muy bajo desarrollo social.
Gastamos dinero de nuestro salario y donamos tiempo. ¿En qué? Si un estudiante se ausentó llamamos a los padres, en muchas ocasiones desde nuestro teléfono celular porque en la institución solo hay un teléfono para todo el personal, y utilizamos el espacio de nuestro recreo; si llega sin comer le compramos un fresquito y un pedazo de pan; si no cuenta con recursos para comprar algún material, vemos cómo se lo suministramos; si las horas que nos pagan para dar un club no son suficientes, nos quedamos más tiempo; les regalamos fotocopias; servimos de paño de lágrimas…
Hacemos rifas y bingos en tiempo extraclase para cubrir una infinidad de carencias en la institución. Por ejemplo, no solo recaudamos fondos para comprar pintura porque las paredes han quedado como grafitis mal hechos, sino que nos subimos las mangas y nos ponemos a pintar el colegio o la escuela; ¡claro!, con la ayuda de estudiantes y a veces de padres de familia.
Con la masificación del sistema educativo, la situación se nos complica porque en las aulas tenemos que incluir a todos los estudiantes, con adecuación curricular o sin ella. Pero ese no sería un grave problema si los grupos no sobrepasaran de 20 estudiantes, si nos capacitaran o tuviéramos el apoyo de expertos y si los expedientes de esos muchachos vinieran con el diagnóstico completo. Entonces, ¿qué nos toca hacer? Empezar a investigar sobre cómo tratar casos de problemas de aprendizaje.
Casi se me olvida mencionar las peripecias o los peligros que pasamos cuando trabajamos en zonas muy alejadas; solo nos falta viajar en bejuco para llegar al centro educativo enclavado en una montaña.
Las capacitaciones que recibimos del Ministerio de Educación Pública no responden a las necesidades actuales. Somos los expertos en nuestras asignaturas; sin embargo, cuando las autoridades educativas deciden cambiar los programas de estudio no nos toman en cuenta.
¡Ni qué decir de la sobrecarga laboral de asuntos meramente administrativos, que nos obstaculizan nuestra labor principal!
Todo lo que he mencionado, y más, lo damos por pura vocación y, también, porque requerimos de un salario, como trabajadores que somos. No obstante, cuando pensamos en nuestro bienestar y el de nuestra familia y salimos a la calle a reclamar nuestros derechos laborales y salariales, tenemos que escuchar una lluvia de calificativos no muy agradables.
Ir a una huelga también implica sacrificios y riesgos, sobre todo si la huelga es indefinida. Nos amenazan con despidos o nos despiden aunque después nos tengan que restituir, nos rebajan el salario y nos quedamos sin el sustento económico para atender a nuestras familias, mientras que día a día nos manifestamos en las calles como medida de presión para que el gobierno acceda a nuestras justas peticiones.
¡Ah! y, por si fuera poco, una lista de enfermedades, producto de nuestra labor, nos esperan desde una mediana edad, y ni qué decir cuando nos acercamos a la jubilación.
Termino aquí para no aburrirlos (as), porque para narrar la verdadera realidad del educador de aula necesitaría muchas páginas.